lunes, 17 de noviembre de 2008

En proceso

Se puede estar triste y no perder el sentido del humor. Todo consiste en encontrarle un acomodo a la tristeza en tu mente.

Ha pasado ya la primera semana desde el día en que murió mi madre. No sé por qué, pero los últimos días de su vida fueron nublados y lluviosos; en cambio, durante esta semana, el sol ha dormido todos los días en su cama. Siempre me acordaré de lo primero que vi justo después de confirmase la noticia de su muerte: desde la ventana del céntrico séptimo piso en el que estaba, contemplé un espléndido amanecer.

Vivamos tristes, pero vivamos. Me ilusiona pensar que ése fue el recado implícito en el momento crucial en que llamaron para confirmar que mi madre había muerto mientras las ventanas incitaban a disfrutar de un amanecer limpio, brillante. Acomodar a la tristeza tampoco es lo más difícil del mundo, en serio. Hay que procurar abandonar el vicio de preguntarse si ha pasado lo que ha pasado, si ha ocurrido hace cinco minutos y todavía estoy enjaulado en el tanatorio o si han pasado ya cuarenta años desde el día fatídico. Una vez has superado eso, ya te queda menos para poder funcionar con normalidad, sólo que bastante triste en el fondo.

Es un peso suave en los ojos y en el pecho. Lo único que pide es que lo aceptes, nada más. También tiene su nobleza, porque desde el principio te avisa de que no busques consuelo donde no lo hay. Viene armado, y es mejor respetarlo. Sé que duerme con la culpa y la rabia debajo de la almohada, sé que están aquí y hay que mantenerlas a raya.

Hoy ya he podido leer el periódico casi a mi ritmo habitual, sin atascarme en los titulares. Me he cruzado con el practicante que atendía a mi madre, un señor que todos los días saluda a todo el mundo, pero le he evitado para no tener que darle la noticia y hablar del tema. Supongo que ya lo sabrá, y de verdad, no me apetece nada explicarle cómo van las cosas. Ahora me daré una ducha, después bajaré al banco, me dedicaré a organizarme la semana y hacer tareas urgentes del hogar. Tengo que ponerme ya a cambiar las cosas de sitio. Voy a hacerme una comida de ésas de supervivencia, descartando el placer, pero podré hacerlo escuchando música al volumen correcto. En eso consiste el proceso de acomodar la tristeza en la mente: se puede vivir con ella, y los buenos ratos nadie los ha prohibido.

El vídeo de hoy está sacado de la película de Martin Scorsese "El último vals". Neil Young interpreta "Helpless", una canción de las que hacen compañía.



Y mientras tanto espero que llegue el momento en que me vuelva apetecer escuchar a los Beastie Boys. Será otra escala más dentro del proceso, sencillamente.

2 comentarios:

morena dijo...

"Se puede estar triste y no perder el sentido del humor. Todo consiste en encontrarle un acomodo a la tristeza en tu mente"

Si me lo permite me quedo con eso

Saludos

(Disculpe el intrusismo fue a través de Angresola)

Juan Antonio dijo...

Morena, trae una inmejorable recomendación para ser admitida, digo más, bienvenida a este blog perdido y quedarse con lo que le dé la gana. Ya sabrá usted lo que hace, pero muchas gracias de todas formas.