Empecé diciéndolo en el kiosko.
Las lápidas del cementerio, como siempre, estimulaban al enfermizo yonki de la rechufla que soy. Gato Herrero, Mas Debar, sólo me acuerdo de estos, aunque me parece que casi cada nombre contenía un chiste. Me iban saliendo ellos solos en la mente, pero tropezaban con algo y nunca llegaban a ningún sitio.
La vecina vieja que peor me cae me ha pedido por favor que cuente con ella si necesito compañía. Empezaba a contarme un caso parecido que ella recordaba y he tenido que mandarla a la mierda con un guante blanco, de ésos de funerarios.
Una tele enorme que está a dos metros de mí suena a lo lejos.
¿Al final se aclaró con éste móvil?
La cajera Yeni de polígono pone cara de “éste ha llorado”, pero nadie dice nada.
Plegando las sábanas, aún me quedo con las ganas de meterme debajo y saltar, como cuando era verano y era niño y ella y mi abuela hacían esta tarea que por sus aires ceremoniales me trastornaba de repente. Las sábanas estaban frescas, limpias y perfumadas y al ponerme a saltar debajo de ellas, y tocarlas con las puntas de los dedos, me parecía estar tocando el cielo. Afuera se escuchaban coros de risas de mujeres y todo estaba en su sitio y todo estaba bien, así que tampoco me parece tan descabellado eso del cielo.
No recuerdo si acabo de fumarme un cigarro.
La primera canción que me he atrevido a poner en esta segunda parte de mi vida ha sido “Cry Baby”, así que tranquilos: se confirma que seguiré igual de tonto del haba que en la primera.
¿Cómo decirlo? El paseo de salida del cementerio acompañado por Amparo y Patricia, que no dejaban de sonreírme, se quedará seguro como uno de los más hermosos (¿quiero decir “hermosos”?) de toda mi vida.
Mi post anterior me da muy mal rollo. Además, la última cosa intrascendente y sin importancia que le dije fue que había ganado el negrito.
Una amplia planta baja con lápidas en las paredes y al fondo, detrás del mostrador, otra bakala. “Lápidas con bakala al fondo”, me parece un buen título para lo que sea.
Ya nunca tomaré ninguna decisión basada en ahorrarme una bronca suya.
Primero parece no tanto, después demasiado, después otra vez no tanto.
“¿Qué opinas? ¿A cuántas perrillas se les abrirá el coño de par en par después de verme esta noche? ¿50? ¿200 guarras? ¿Podrán creer que un tipo como yo exista y les hable precisamente a ellas?” El escándalo consiguiente no me falló ni una puñetera vez. “¡¡Cerdomarranogorrino¿cómoesposible?!! ¡Maleducao! ¡Creído!” Antes de cerrar la puerta y marcharme todavía la podía escuchar descojonada perdida, a punto de contárselo a la primera amiga que le llamase. ¿Les diría que su hijo era un maleducao? No lo había pensado hasta ahora…Tiene su miga, eso…
Si me viera comiendo mandarinas sin parar le daba algo.
Me entero ahora de que la muy pillastra tenía una cuenta secreta a medias con su mejor amiga y exclusivamente para gastar en El Corte Inglés.
Pienso que me da menos miedo todavía la muerte y, en cambio, mucho más aún el sufrimiento.
Durante los próximos días sé que me va a costar ponerme de acuerdo sobre qué lado de la muerte es peor: éste o aquél.
Tengo una nueva costumbre: después de apagar el despertador, me voy directo a su habitación y subo hasta arriba la persiana; me tranquiliza que el sol ocupe su lugar en la cama.
Y qué le vamos a hacer, ¿verdad? Si no hay vuelta atrás... Ahora ya se ha trasladado para siempre arriba, al Mundo de las Ideas, donde no hay estrellas y las estatuas no se pueden tocar ni ver pero siempre están inmaculadas, y nosotros, desde ahora y hasta el fin, purificados.
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