
Norman Mailer, autor de La canción del verdugo.
Gibbs se parte de la risa.
Gary no se deja ayudar, y apenas tiene posibilidades de evitar que le caiga una sentencia de homicidio en primer grado, en el primer juicio correspondiente a uno de sus dos asesinatos. La condena es la silla eléctrica. Gary vive su sórdido amor por su novia Nicole en el interior de la prisión, y eso parece impedir que se dé cuenta de que lo van a freír, que la cosa está así y no de otra manera, que a finales de los 70 entre aquellas montañas, los mormones que las habitan, se toman muy en serio ese cuento de que la pena de muerte es la mejor medida para disuadir a los criminales.
Y Gary ni siquiera dejó que le diagnosticaran demencia, por una extraña y sombría concepción propia de la dignidad.
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