jueves, 7 de agosto de 2008

Autopsia conversacional

Ella: Mira, antes de empezar nada, creo que lo mejor es prepararnos para lo malo: vamos a confesar nuestros peores defectos. ¿Cuál es el tuyo?

Él: ¿El mío? ¿Mi peor defecto? Pues... (prolongado y confuso silencio) ...no lo sé.

Ella: Pues yo el mío lo tengo clarísimo. Mi peor defecto es que soy una psicópata de mi trabajo.

Ya sabía yo que tarde o temprano acabaría copiando a Francisconixon en algo, y lo único suyo que está a mi alcance es su gusto por la fría reproducción de conversaciones que suceden por ahí. No he podido resistir la tentación de transcribir este primer caso, irresisitible para el microscopio. La cosa va de epatar y molar al mismo precio. Jugar fuerte y ganar de primeras. Dar pruebas de carácter y, además, anunciar como disimulando que hasta nuestro peor defecto es superchachi. Me crea una enorme simpatía la respuesta de "él", la mejor que se puede dar en estos casos tan disparatados, por muy disfrazados de limpia cordura que vayan. Percibo claramente cómo el chico lo piensa de verdad, afronta el análisis de sus peores defectos, se le ocurren unos cuantos y finalmente piensa "joder, ¿cómo voy a elegir?" Pero ella no; ella es una psicópata de su trabajo y eso es un defecto: no el ser vago o gorrón o tacaño o descuidar la higiene o no tener ni puta gracia en la vida ni tantos otros, que según ésta inquisidora mentalidad incipiente pronto dejarán de ser defectos y pasarán a la categoría de intolerables crímenes vitales como nos descuidemos un poco.

Arriba los defectos sucios e inconfesables que al menos nos singularizan, y abajo el virtuosismo, como en el rock. Y respecto a si esto me ha pasado o me lo han contado o lo he visto en alguna peli o reality ni lo intentéis, josdeputa.

No hay comentarios: