lunes, 1 de diciembre de 2008

Vientos en contra, vientos a favor

Contaba la otra noche mi amigo Antonio, aragonés, que a los zaragozanos se les llama "chepudos" debido a su problemática relación con el viento. Cuando el Cierzo fuerte y seco, frío y violento, sopla con ganas en Zaragoza, muchos días al año según parece, la gente no tiene más remedio que caminar empleando una energía extra para superar a ese antipático elemento primigenio de la naturaleza. Para ello, lo natural es adoptar una postura rígida, con las manos hundidas en los bolsillos del abrigo o del pantalón, y el tronco arqueado hacia adelante, con la cabeza haciendo de ariete para abrir el paso ante un adverso poder invisible.

Esta mañana he arrancado del calendario la hoja del mes de noviembre de 2008, y la he tirado a la basura en vez de guardármela para hacerme infusiones de recuerdos con ella. Son malas, son lo peor de lo peor, pero joder, qué fuerza tienen, qué extraña atracción la del dolor. Ya ha pasado a la historia el mes en que pude ver y hablar con mi madre por última vez, el momento en que siento que me ha vuelto a parir de un modo inverso, porque ya no cuento con la clase de ayuda y el apoyo incondicional, aunque no por eso siempre positivo, que sólo es capaz de proporcionar una madre. La puerta por la que entré al mundo ha dejado de existir y a partir de ahora es mucho más obvio que la única ruta posible es hacia adelante, hacia el misterio del futuro, y a mi espalda, entre el vacío y yo, ya no hay nada.

La otra noche recorrí a solas buena parte del camino a casa, donde no iba a encontrar a nadie. Al pasar junto al escaprate de una tienda de ropa cerrada a esas horas, me giré y me vi reflejado en el cristal. Hacía mucho frío pero casi nada de viento, y fue una sorpresa descubrir que iba caminando en la misma postura que, según mi amigo Antonio me había explicado un rato antes, adoptan los maños en los días de Cierzo intenso. Me salió de forma natural, no iba tan incómodo; pensé que no era en absoluto una novedad para mí, que no soy chepudo pero sí insufriblemente cabezón, tanto que los vientos a favor, en algunos sentidos, no me han durado nunca demasiado. No hay por qué preocuparse mientras no pierda la costumbre de seguir caminando siempre hacia adelante y no volver la vista atrás antes de tiempo para no acabar convertido en una estatua de sal, de lágrimas saladas. Así de sencillo es... o así me lo parece.

Mi amigo Antonio es físico profesional, historiador amateur y una eminencia mundial en el cine de acción, a nivel enciclopédico. Y sus pocos ratos libres los dedica a propagar el siguiente descubrimiento impactante: Desaparecido en combate 2 es la primera película en la que se emplea un uso masivo del lanzallamas.

Avisados estáis.