El tema de portada de la última edición de Babelia, el seriote suplemento cultural de El País era el Western. La primera página corría a cargo de Javier Marías y comenzaba insultando, cosa que siempre me parece bien de entrada, y aproveché para recrearme en el peso de quilates de razón del que presumen los sesudos connaiseurs del western, que tienden a homenajear así la dureza impenetrable de su John Wayne, empreatriz del género desde que el trono de Imperator lo ocupa John Ford por consenso inquebrantable.
Hasta ahora no he profundizado mucho en las pelis de indios y vaqueros, puede que con la única excepción de la obra de Sam "Crepuscular" Peckinpah. Y, lamentando decepcionar, durante ninguna etapa de mi vida he abrazado el comunismo. Los tiros, en mi caso, no van por ahí. Pienso más bien que sucede que las raíces de mi infancia, donde todos los expertos localizan el origen de su fascinación por el western, reposan sobre fantasías galácticas y viñetas de superhéroes, y cada vez que leo o escucho a alguien llenándose la boca con referencias al tema de la redención, de la soledad inscrita en un entorno hostil que no perdona, el conflicto entre el escepticismo preventivo y la inconsciente necesidad de ayudar a los débiles, todo aquello del camino del héroe perdedor, termino acudiendo a las grandes épocas de Spiderman o a la odisea del joven granjero Skywalker, por citar algunos de los ejemplos tan manoseados como pisoteados. Pensando en voz alta, la diferencia fundamental entre ambos géneros que se me ocurre ahora radica en las motivaciones iniciales de los personajes protagonistas: en el caso del western, en general las tramas parten de la búsqueda de fortuna o de la pura supervivencia, inscritas en territorios salvajes que esperan a ser conquistados; la cosa galáctico-heroica trata de nobles instintos juveniles sin ánimo de lucro y siempre hilados por la fantasía, a pesar de desarrollarse en entornos metropolitanos. Y sus protagonistas aparentan proteger un orden establecido cuando a menudo, para lograr sus propósitos, acaban dejándolo todo hecho trizas y sin recoger. Y sí, de acuerdo: los unos dan lecciones de dureza y los otros, ay, ejemplifican más el modelo "pringao".
Me alegro de tener todavía por descubrir muchos de los tesoros cinematográficos de la época dorada del western, y no soy quién para cuestionar si la pasión de los graníticos académicos de hoy está perfectamente justificada o no. Pero me intriga saber si dentro de 25 años las páginas de los suplementos culturales de altura académica vendrán firmados por eminencias que se tomen tan en serio a Centauros del desierto o Dos cabalgan juntos como a Los 4 Fantásticos de John Byrne, los X-Men de Chris Claremont o la trilogía original de George Lucas coñas aparte (aunque yo no tenga nada en contra de las coñas de ninguna especie). Como también me intriga, y aún más, si dentro de 25 años todavía existirán las academias, las eminencias y los suplementos culturales...
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Hace 9 años
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