Dentro del inmenso océano de la poesía distinguía varias corrientes: maricones, maricas, mariquitas, locas, bujarrones, mariposas, ninfos y filenos. Las dos corrientes mayores, sin embargo, eran la de los maricones y los maricas. Whalt Whitman, por ejemplo, era un poeta maricón. Pablo Neruda, un poeta marica. William Blake era maricón, sin asomo de duda, y Octavio Paz marica. Borges era fileno, es decir de improviso podía ser maricón y de improviso simplemente asexual. Rubén Darío era una loca, de hecho la reina y el paradigma de las locas.
(...) Una loca, según San Epifanio, estaba más cerca del manicomio florido y de las alucinaciones en carne viva mientras que los maricones y los maricas vagaban sincopadamente de la Ética a la Estética y viceversa. Cernuda, el querido Cernuda, era un ninfo y en ocasiones de gran amargura un poeta maricón, mientras que Guillén, Aleixandre y Alberti podían ser considerados mariquita, bujarrón y marica, respectivamente.
(...) Y volvamos a España, volvamos a los orígenes -silbidos-: Góngora y Quevedo, maricas; San Juan de la Cruz y Fray Luis de León, maricones. Ya está todo dicho. Y ahora, algunas diferencias entre maricas y maricones. Los primeros piden hasta en sueños una verga de treinta centímetros que los abra y fecunde, pero a la hora de la verdad les cuesta Dios y ayuda encamarse con sus padrotes del alma. Los maricones, en cambio, pareciera que vivan permanentemente con una estaca removiéndoles las entrañas y cuando se miran en un espejo (acto que aman y odian con toda su alma) descubren en sus propios ojos hundidos la identidad del Chulo de la Muerte. El chulo, para maricones y maricas, es la palabra que atraviesa ilesa los dominios de la nada (o del silencio o de la otredad). Por lo demás, y con buena voluntad, nada impide que maricas y maricones sean buenos amigos, se plagien con finura, se critiquen o se alaben, se publiquen o se oculten mutuamente en el furibundo y moribundo país de las letras.
-¿ Y Cesárea Tinajero, es una poeta maricona o marica? -preguntó alguien.
-Ah, Cesárea Tinajero es el horror- dijo San Epifanio."
Roberto Bolaño (1953-2003), Los detectives salvajes.
Y pocos días después de las palabras de Ernesto San Epifanio (¿marica? ¿maricón?) quien las narra, el joven poeta García Madero, junto a Ulises Lima y Arturo Belano, partieron hacia el desierto de Sonora tras las huellas de la desparecida poetisa Cesárea Tinajero...

2 comentarios:
y despues de eso, no entendi nada ;)
Es inmensamente jodido hablar de esta novela, y de su autor, a no ser que recurras a los conceptos más supra culturetas de erudito que nos caen tan mal. Parece estar entre "En busca del tiempo perdido" y "Rayuela", pero en cambio me enganchó...Aunque no tengo las menores ganas de tragarme su supuesta otra gran novela, "2666" y ni siquiera de releerme "Los detectives" de cabo a rabo otra vez. Pero si estoy aburrido y reabro el libro por una página al azar me entra el flipe, y mientras me la leí hace ya unos años, me recuerdo en estado de alucinación permanente. En fin, los conceptos esos pedantes a los que me refería al princio son del estilo "exprimir todas las posibilidades y variantes del castellano al completo", "argumento disfrazado de no-argumento", "descripción minuciosa de la realidad hasta hacerla sonar irreal" y resto de presuntas soplapolleces y charlatanerías que se me caen fácil en días tontos.
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