Tengo la costumbre de pasar de largo las páginas de información económica de los periódicos. Las reúno entre el pulgar y el índice y salto directamente a la sección de esquelas y obituarios.
He visto medios de comunicación animando a la gente a invertir en pisos: comprarlos no para vivir en ellos, que es para lo que se hacían, sino con la intención de cerrar el puño y esperar que aparezca alguien dispuesto a entregarles hasta su última gota de sangre para instalarse bajo un techo, convencido de que debía estar orgulloso de ello y hasta que molaba presumir. He detectado cómo esta clase de personas eran jaleadas a causa de la envidia verdosa que generaban a su alrededor. He oído a arquitectos afirmar que era imposible que los pisos bajasen de precio jamás. He discutido con mis familiares, que hacían caso a lo que por entonces decían esos medios de comunicación, jugando a hacer creer a los demás que lo que ellos decían era lo que todo el mundo decía. He preguntado a amigos qué pasaría si un mal día hubiera muchos más pisos en venta que gente con necesidad de adquirirlos. Me contestaban con cara de paisaje. Preguntaba qué diferencia había entre un excedente de naranjas y uno de pisos. Me respondían que había que confiar en los bancos, que estarían dispuestos a invertir para evitar un derrumbe que, en todo caso, no era más que ciencia-ficción barata.
He paseado por las calles mientras a mi alrededor gente bien vestida buscaba ropas más horteras, coches de más cilindradas, farla mejor pasada y putas ocasionales o putas fijas, todas de la gama más alta. He escuchado a políticos eufóricos agitar a las masas asegurándoles que habíamos descubierto el Vellocino de Oro, el Cuerno de la Abundancia Infinita. Ni siquera era necesario trabajar duro. Sólo contar con pasta previa y entregarla a los constructores. Se podían hacer planes a largo palzo, a vista de décadas, porque la idea era tan buena que no podía terminar nunca. Había tanta pasta que se podía incluso dar a famosos mundiales en decadencia para que vinieran a nuestras fiestas pri-va-dí-si-mas y todos los habitantes de La Tierra, no sólo ésos del Mediterráneo hacia abajo, nos envidiarían Por Siempre Jamás. Y barquitos veleros supermonos y bólidos lijaos que soliviantan después en las carreteras a los descerebrados del tunning.
Histéricos cazurros con rebosantes billeteras apelotonados en busca del único pelotazo rápido y fácil, el inmobiliario, que ahora acuden a las iglesias y arrodillados le piden al Señor que de algún otro lugar haga manar chorros de líquido para paliar sus deudas...Lo que sea con tal de no vender el yate, ay quin disgust per a les seues xicones. Y si su dios no se lo soluciona, siempre se puede recurrir a la suspensión de pagos, y a otra cosa...Si la hubiera.
Ningún bien cuya oferta exceda su demanda puede pretender aumentar siempre de precio. Y ya podéis fliparlo bien con esto, tíos, escrito sin haberme leído una mala página de información económica en mi puñetera vida.
He visto medios de comunicación animando a la gente a invertir en pisos: comprarlos no para vivir en ellos, que es para lo que se hacían, sino con la intención de cerrar el puño y esperar que aparezca alguien dispuesto a entregarles hasta su última gota de sangre para instalarse bajo un techo, convencido de que debía estar orgulloso de ello y hasta que molaba presumir. He detectado cómo esta clase de personas eran jaleadas a causa de la envidia verdosa que generaban a su alrededor. He oído a arquitectos afirmar que era imposible que los pisos bajasen de precio jamás. He discutido con mis familiares, que hacían caso a lo que por entonces decían esos medios de comunicación, jugando a hacer creer a los demás que lo que ellos decían era lo que todo el mundo decía. He preguntado a amigos qué pasaría si un mal día hubiera muchos más pisos en venta que gente con necesidad de adquirirlos. Me contestaban con cara de paisaje. Preguntaba qué diferencia había entre un excedente de naranjas y uno de pisos. Me respondían que había que confiar en los bancos, que estarían dispuestos a invertir para evitar un derrumbe que, en todo caso, no era más que ciencia-ficción barata.
He paseado por las calles mientras a mi alrededor gente bien vestida buscaba ropas más horteras, coches de más cilindradas, farla mejor pasada y putas ocasionales o putas fijas, todas de la gama más alta. He escuchado a políticos eufóricos agitar a las masas asegurándoles que habíamos descubierto el Vellocino de Oro, el Cuerno de la Abundancia Infinita. Ni siquera era necesario trabajar duro. Sólo contar con pasta previa y entregarla a los constructores. Se podían hacer planes a largo palzo, a vista de décadas, porque la idea era tan buena que no podía terminar nunca. Había tanta pasta que se podía incluso dar a famosos mundiales en decadencia para que vinieran a nuestras fiestas pri-va-dí-si-mas y todos los habitantes de La Tierra, no sólo ésos del Mediterráneo hacia abajo, nos envidiarían Por Siempre Jamás. Y barquitos veleros supermonos y bólidos lijaos que soliviantan después en las carreteras a los descerebrados del tunning.
Histéricos cazurros con rebosantes billeteras apelotonados en busca del único pelotazo rápido y fácil, el inmobiliario, que ahora acuden a las iglesias y arrodillados le piden al Señor que de algún otro lugar haga manar chorros de líquido para paliar sus deudas...Lo que sea con tal de no vender el yate, ay quin disgust per a les seues xicones. Y si su dios no se lo soluciona, siempre se puede recurrir a la suspensión de pagos, y a otra cosa...Si la hubiera.
Ningún bien cuya oferta exceda su demanda puede pretender aumentar siempre de precio. Y ya podéis fliparlo bien con esto, tíos, escrito sin haberme leído una mala página de información económica en mi puñetera vida.
1 comentario:
Estimado amigo, ¿cómo se atreve a criticar el modelo de vida valenciano, el sueño mediterráneo? Es usted un mal ciudadano... y porqué no decirlo: es usted un mal patriota (¡Si El Palleter levantara la cabeza!). Como todos los izquierdosos, obvia los grandes progresos de nuestra tierra: la America's Cup, el Palau de les Arts Reina Sofia, el circuito de Fórumula 1, la Ocean's Race de Alicante, etc. Si los niños van a clase en barracones, tiene que esperar cinco horas para una urgencia médica o no puede dirigirse a la administración en valenciano, dígaselo al Señor Zapatero. ¡No nos da el dinero que necesitamos! Por no hablar del colapso que crean los inmigrantes en los servicios públicos, claro. A ver si abre usted los ojos, ¡quejica envidioso!
P.D.: Juanakin, como puedes ver, los argumentos son infalibles. ¡Abrazos irónicos!
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