Cuando la nación española parecía por fin reconciliada, el ambiente era similar al de una pareja que ha hecho las paces y permanece unida con cristiana resignación por el bien de sus hijos. Durante los años de nuestra infancia, todo parecía estar en orden, más o menos. Los cálculos se hacían con máquinas de calcular, en las casas había tocadiscos, todas las empresas eran medianas y se repartían la clientela sin acritud, el márketing era una palabra extranjera que pocos sabían traducir, los modernos sólo eran un puñado de gente excéntrica, y cuando un amigo te llamaba por teléfono el aparato estaba en el salón de la casa y hablabas con él delante de tus padres, que simulaban prestar atención al televisor mientras tanto. Aquella madeja de humides rutinas universales, cuando casi nadie tenía sueños que perseguir para agrandarse la vida, en la oscuridad de la habitación de los matrimonios, de millones de ellos, el día, uno igual a todos los demás, se clausuraba con el sonido aflautado de la voz de Butanito.
José María García fue el rey de los transistores y el que más lechos ha visitado en toda la historia de este país. Hombres pobres pero dignos, o ricos pero horteras, pasaban la jornada laboral esperando que llegasen la 12 de la noche con una ansiedad mayor que si tuvieran planeado visitar el puti del barrio. A la hora bruja, se acostaban con el transistor colocado debajo de la almohada y Butanito (llamado así porque su estatura apenas sobrepasa la de una bombona de butano) desenmascaraba a los villanos del mundo del deporte, esos meapilas y lametraserillos que, con el paso del tiempo, cuesta recordar en qué consistían sus flagrantes delitos que hacían rasgarse las vestudiras del as de las ondas, ya que en estos principios del siglo XXI todos vamos a la caza de la comisión venga de donde venga, y parece que nos hayamos puesto de acuerdo en indicar que quien no juega a este juego está tonto.
Ojo al dato: el mundo de la comunicación actual ya no es un bosque, sino una verdadera jungla plagada de eufemismos como serpientes, y actitudes timoratas debido a que al decir "hola" al público ya puedes tener un innumerable grupo de colectivos de procedencias variopintas dispuestos a sentirse ofendidos a la mínima. Y locutores cuya única misión es vender, y si has de vender, lo último es ofender. En cambio, Butanito fue un maestro en el arte del insulto que en la más pura tradición alemana unía dos vocablos que aparentemente nada tenían que ver entre sí, y ya nos dejaba en herencia una nueva manera de ofender a alguien de trinqui total.
En pocos ámbitos de la expresión humana se me ocurren ahora mismo ejemplos de influencias comparables a la de Butanito en el periodismo deportivo. Más de una generación de periodistas deportivos vocacionales se animaron a intentarlo porque querían ser como él. Y, por desgracia, el marcador del partido indica una sostenida e implacable degenarición del gremio. Yo tengo una teoría respecto a este fenómeno. Supergarcía tenía un ego que no le cabía en su pequeño espacio corporal, y esto en sí no es malo, pero hasta el advenimiento de su reinado, el periodista deportivo simplemente era alguien que contaba lo que pasaba en los campos de fútbol, canchas de baloncesto y demás recintos deportivos, porque el deporte es una cosa que está para pasar el rato, un entretenimiento que sirve también para charlar con los amigos y socializarse con sumo cuidado de no abusar de él: por ahí se mueven hordas de hispanos palilleros que se creen que de lo único que pueden hablar con propiedad es de fútbol, y están profundamente equivocados, porque en realidad no pueden hablar con propiedad de nada, ya que lo único que hacen es limitarse a repetir lo que sueltan en radios, teles y periódicos los pequeños butanitos de hoy, apenas sombras de lo que fue el gran icono.
Algún antiguo colega suyo también se decidió a imitarle en las afueras del deporte, sin darse cuenta, el muy burro, que acusar a un alcalde de alegrarse por el salvaje asesinato de casi dos centenares de conciudadanos a bordo de modestos trenes de cercanías no tiene nada que ver con asegurar que en la Federación Española de Fútbol los abrazafarolas se mueven a sus anchas. Y además, todo lo que Butanito decía era demostrado y demostrable (aunque ahora mismo no me viene a la cabeza ninguna foto de un prohombre abrazado a una farola; será cuestión de googlear).
Dicen que su propio poder le devoró, y que al final él mismo también tenía manchadas las manos por operaciones dudosas dentro del establishment futbolístico. Hace ya una década, su estrella empezó a decaer. Los tiempos estaban cambiando, y seguimos sin saber si para mejor. Una enfermedad seria se le agarró en sus entrañas y sólo así Butanito aceptó que había llegado la hora de colgar el micro y los cascos. La energía negativa cobró su factura. Pero yo me apuesto que el tiempo, como decía él, ese juez insobornable que da y quita razones, acabará estando de su parte.
2 comentarios:
Yo al Butanito le hacía un biopic rollo Oliver Stone que lo flipas.
Peli sobre Butanito ya! Y en dos partes.
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