Una noche de verano acudí con una cámara y un micro en ristre a cubrir para mi programa de tv el esperado concierto del maravilloso Raphael maravilloso que se celebraba en los Jardines de Viveros de Valencia. El ambiente estaba inflamado ya que se trataba de la gira de regreso del genio de Linares, que no estrenaba repertorio pero sí un hígado nuevo después de una larga y penosa convalescencia.
Mi plan consistía básicamente en cachondearme de tan extremo personaje y de sus fans, haciéndome el listo y parodiando los casposos tópicos del spanish faranduleo. Armado con una cámara y un micro, ridiculizar a las personas indefensas es el trabajo más sencillo y cobarde que existe. La atmósfera de entrega total que se respiraba, aumentando su intensidad según se acercaba la hora de la aparición de la estrella me daba casi hecha ya mi ruin tarea. Traté de no hacer caso a una especie de sensación epidérmica que sonaba a advertencia de que quizás mi planteamento no fuera el acertado.
Atraqué a gente de todas las edades, pero me acuerdo especialmente de un eufórico trío de jóvenes fans, dos chicos y una chica, que parecían ir vestidos para un concierto de los Pixies. Su portavoz, el más borracho de los tres, condecorado con alguna medalla del vino de los valientes, me contó:
-El año pasado un amigo mío y yo acabamos ciegos perdidos y sin poder pegar ojo en casa de sus padres. Como no sabíamos qué hacer, nos dedicamos a cotillear los discos de sus viejos y tenían un Great Hits de Raphael. Nos lo pusimos para prolongar la juerga y el cd empezaba con "En carne viva" -en este punto, al oír el título de la canción, sus compañeros se me abalanzaron sobre el micro berreando "has amigo el favoooor..." Totalmente descojonado, y un poco a la defensiva al captar mi actitud, el tipo concluyó diciéndome:- Aquello, tío, fue una revelación. Una epifanía.
La organización del concierto sólo nos permitía grabar los cinco primeros minutos del show. Una reluciente orquesta comenzó a sonar atronadora y por un lado del escenario apareció Raphael con su clásica pose de mano izquierda en el bolsillo y balanceo radical del brazo derecho. Se cruzó el escenario dos veces a ritmo frenético sin sentido aparente y al tercer paso por delante del micro se detuvo bruscamente ante él y la música dejó de sonar.
-TU AMOOOR DE NOCHIIIIIE....ME LLEGÓ...
Lo siguiente fueron gritos, aplausos, estruendo. Joder. Aquel arranque me pareció sólo comparable al de los Rolling, con infinitos menos recursos, eso sí. Los seguratas nos echaron sin piedad a mí y al cámara. La verdad es que sólo acumulo cuatro o cinco canciones suyas y tampoco las escucho muy a menudo, pero desde entonces hay una x mental en mi barra de tareas pendientes para recordarme que tengo pendiente completar, cuando surja la ocasión, la singular experiencia de vivir mi propia epifanía raphaelesca.
NATURALEZA EN MOVIMIENTO
Hace 9 años
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