Eh, quietos ahí. Envainad, bellacos. No, no es porque sea mi novia, pero gracias por preguntar. El post de hoy persigue una humilde reflexión semiótico-visual-epistemológica en torno a los peculiares códigos de un nuevo fenómeno en la industria japonesa del entertaiment, sección teen. Reon Kadena, aka Kadena Leon, aka Minamo Kusano, nació en Osaka en 1986 y es mayor de edad hace un rato ya. Si a menudo nos quejamos de la dictadura de la imagen como vehículo perfecto para ganarse la vida cómodamente en cualquier ámbito profesional, síntoma inequívoco de la decadencia de Occidente según algunos, chicos, chicas, lo de por aquí es de risa si lo comparamos con lo que sucede en el Oriente Más Lejano. En la novela El hombre en el castillo, el escritor Philip K. Dick se preguntaba con un notable esfuezo de lucidez cómo sería el mundo si la Segunda Guerra Mundial hubiera concluido con la victoria de las potencias de El Eje. Se imaginaba una Norteamérica administrada por el III Reich en su costa este y por el Imperio del Sol Naciente en el oeste. Con la mejor de sus intenciones y con su incomparable educación, los gobernadores nipones de California habrían promocionado entre sus compatriotas una cultura reverencial por los vestigios identitarios de los antiguos USA, de tal modo que una de las pocas profesiones con vías de futuro en ese mundo sería la de anticuario, comerciando con los restos del pasado esplendor yanki. Los prósperos burgueses japoneses se dejarían sus yenes sobrantes en, por ejemplo, la adquisición de un reloj de plástico con la efigie del ratón Mickey, o coleccionando febrilmente revólveres del far west, burdas imitaciones en la mayoría de los casos. Éstas aficiones y otras análogas se practican en el mundo de hoy, pero la diferencia que subraya Dick en su mundo imaginario es el factor clave que sustenta su novela: esa diferencia radica en la actitud de los coleccionistas. Acoplando su milenaria búsqueda del wu en los objetos dedicados a la contemplación y a la mística espiritual, la valoración que los conquistadores japonenses atribuyen a toda esa serie de baratijas y objetos vulgares de nulo contenido artístico según nuestros propios cánones, propicia un ambiente caricaturesco y obliga a compararlo con la realidad que vivimos como antítesis, con el objetivo de que volvamos a contemplar nuestro entorno cultural como si acabásemos de darnos una ducha fría. Hoy es muy fácil repetir lo que los libros de Historia dicen que pasó en Japón tras su derrota en la guerra: la sociedad japonesa vivía anclada en la Edad Media, y desde el día siguiente a su rendición iniciaron una transformación que todavía asombra al mundo, ya se convirtieron en los amos de la revolución tecnológica en apenas dos décadas, proeza que no merece la pena pararse a discutir por un quítame esas bombas atómicas. Los años pasaron y los japoneses se integraron en la comunidad internacional tan felices, convitiéndose en uno de los mejores amiguitos de los americanos, abrazando el capitalismo con su particular mezcla de disciplina y pasión por el trabajo. Como premio extra, les dejamos también nuestros juguetes y ellos los desmontaron y los volvieron a montar a su gusto para gozarlos a tope. Y nuestro juguete favorito es tan natural como el sexo, sólo un poco por encima del deporte, eso en el caso de que no estemos hablando de dos maneras de satisfacer las mismas necesidades en el fondo. Reon Kadena es una de las máximas exponentes de lo que allí llaman "Idols": jóvenes post-adolesecentes de belleza oriental retratadas al gusto occidental. Este caso concreto aporta además un glorioso par de kawaboongas poco frecuentes en la anatomía femenina japonesa, tarjeta de visita y principal fuente de ingresos de la joven Reon hasta el momento. Las Idols protagonizan películas que el mercado nacional consume con avidez, y consisten simplemente en grabar a las chicas con poca ropa, sin llegar a mostrar sus partes íntimas, pero deleitánose en sus cuerpos al detalle. Un ejemplo de esta exquisita perversión:
Este tipo de piezas, seriadas, son las que se ofrecen al espectador en las películas de la Idol, con títulos como Memories, Dream Planet o Virginity. No se anuncia nada en ellas (como el capitalismo más sensato haría), ni la modelo habla a la cámara para contar su vida o ilustrar las fantasías, y están destinadas al consumo adolescente, no sólo de chicos: las chicas observan la pantalla con el peligroso afán de aprender y compararse con el ideal que ante ellas se muestra. Eso sí, la música de fondo va disfrazada de rollete chill-out pero a mí me recuerda a la del porno en VHS de toda la vida.
Los videos de Maria Ozawa están guay, pero no pasan de ser escenas porno convencionales con japa. No me transmite esa "perversidad", que llamo así porque no se me ocurre otra palabra mejor, que detecto en los videos y posados de la gran Reon.
2 comentarios:
Grandes cocoteros y gran parafilia la de grabar a estas féminas así, sin hacer nada más que ponernos cabritos.
Yo del porno japo -no esta cosa elegante- me quedo con una tal Maria Ozawa, googéelo y me cuenta.
A cascarla, tovarich.
Los videos de Maria Ozawa están guay, pero no pasan de ser escenas porno convencionales con japa. No me transmite esa "perversidad", que llamo así porque no se me ocurre otra palabra mejor, que detecto en los videos y posados de la gran Reon.
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